Cada piano es un mundo. Éste es un Steinway de la serie de los 470000, osea que tiene sus años ya. Y se le nota. Ha sido una donación privada al Teatro de Ulm y tiene sus «achaques»: le cuesta mantener la afinación y la mecánica está desigual. Se habla de una reparación profunda pero en tiempos de COVID gastar dinero en estas cosas es improbable.
En cualquier caso lo que importa no es eso: lo que importa es que es un instrumento estupendo que parece que quiere tocar, que ayuda, que sugiere, que es fuerte pero no pesado y que tiene un color precioso que la gente del equipo de sonido consiguió sacar bastante bien.
Esto fue uno de esos conciertos pandémicos en los que necesitamos tocar para no volvernos locos y entonces tocamos delante de una cámara de vídeo para que parezca que hay alguien al otro lado. Y esta pieza tan archi-tocadísima de la que todos los pianistas tienen sobredosis es también la música para un Pas de Deux del ballet «La dama de las camelias», del Stuttgart Ballet, motivo por el cuál la retomé este año. Al final no pude hacerla para los bailarines porque COVID se encarga de tirarnos todos los proyectos, pero se queda aquí para que no se me olvide que los instrumentos que uno más disfruta no son siempre los que están más en forma.